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Desechos tóxicos.

Ciertos hechos, que no vienen al caso, me demostraron que no siempre un clavo puede sacar otro. Hay muchos factores capaces de influir en este “reemplazo” de clavos, como por ejemplo la fortaleza y la predisposición de los mismos. Ciertos clavos penetran fuerte en la madera y dejan una huella trascendental que nada podrá borrar. Otros se mueven muy lentamente y apenas llegan a rozarla; a ellos los llamaremos, de aquí en mas, desechos tóxicos. Estos clavos son los que se oxidan con facilidad y en cuestión de segundos. Son clavos débiles y de segunda mano, que intentan actuar como réplica de aquellos que son de primera marca, pero que jamás lograrán ser algo más que un mero desecho tóxico.
Ahora bien, luego de mucho meditar llegué a una conclusión que, de principio, parece ser acertada. La misma afirma que son los desechos tóxicos los que les dan prestigio y categorización a los demás clavos. Son los desechos tóxicos, con su debilidad y su inmadurez, los que intentan, con frecuencia, ocupar el lugar de los clavos de primera marca. A veces lo logran y otras no, pero no podemos dejar de lado algo sumamente importante: Por una cuestión estratégica, cierto clavo de primera marca puede decidir soltarse de la madera en la que está, tan solo para que la misma experimente otro tipo de compañía. Y allí, en ese momento, algún que otro desecho tóxico intentará ocupar el lugar que el clavo fuerte y maduro ocupó con anterioridad. Horas luego la madera sentirá la diferencia puesto que el desecho tóxico empezará a envenenar sus entrañas, y decidirá expulsarlo de su interior. El periodo de confusión podrá durar un par de semanas, a lo sumo. Pero cuando el clavo de primera marca asome por el horizonte y divise nuevamente lo que alguna vez le había pertenecido, volverá nuevamente a su lugar, ahora con más fuerza, y la unión entre el clavo y la madera será mucho más fructífera.
Entonces, les digo que a nosotros, los clavos de primera marca, no nos queda otra opción que agradecerle a los desechos tóxicos por facilitarnos tanto las cosas.

Gonzalo Sebastián Vazquez